miércoles, febrero 16, 2011
Cosquillas
Aún no le encuentra las cosquillas
las que desarman torres
las que le hacen caer desde las nubes
esas que le avanzan por la piel
silenciosas como hormigas
que yacen en sus huesos
apagadas como linternas de mina abandonada
madera húmeda de antorcha retorcida
vela de tiempo
cosa minuciosa
escalofríos tan simples pero en cuenta regresiva
¡él quiere encontrarle las cosquillas! sin llegar a tanto
sin plumas de ganso detrás de las rodillas
ni hilitos volando
nada de románticas ramitas de árbol por la nuca
nada de quebrarle la espalda con un poco de celos
ni rajarle surcos en sus pies desnudos
ni siquiera un rozoncito de pestañas en los labios
sólo encontrar el botón de otras sorpresas
robarle el caramelo blando al sol (y mirarla)
mientras sus dedos la averiguan.
martes, febrero 08, 2011
Puerta.
Llegó a la puerta con ese olor magnético que me enloquecía, sudaba ligeramente y pude notar que era muy limpio; las puntas de sus dedos entre el muro y la puerta eran perfectas. Fue cuidadoso e impulsivo con cada palabra, amable y certero porque se trataba de mí. Mientras yo detenía la puerta con el pie podía ver las líneas de su pecho delgado detrás de la camisa.
Pude imaginarlo caminando hasta aquí, con el rostro sereno y sonriéndole a las jovencitas; con su ropa añejada adquiere un aire de olvido, alguien que siempre va y viene solitario. Seguía empujando la puerta, tan esperanzado como si yo fuera toda su vida. Me susurraba entre la puerta, me decía que estaba loco por estar ahí, me repetía que estaba enamorado como nunca antes lo había estado. Sus palabras lo hacían aún más misterioso, más imponente, menos real; igual de frágil que yo.
Tembloroso y frío me gritó que abriera la puerta, fue hasta entonces, con ese grito que pude descubrir que era sincero. Abrí la puerta y pude ver ya sin trampas, toda su pasión.
Pude imaginarlo caminando hasta aquí, con el rostro sereno y sonriéndole a las jovencitas; con su ropa añejada adquiere un aire de olvido, alguien que siempre va y viene solitario. Seguía empujando la puerta, tan esperanzado como si yo fuera toda su vida. Me susurraba entre la puerta, me decía que estaba loco por estar ahí, me repetía que estaba enamorado como nunca antes lo había estado. Sus palabras lo hacían aún más misterioso, más imponente, menos real; igual de frágil que yo.
Tembloroso y frío me gritó que abriera la puerta, fue hasta entonces, con ese grito que pude descubrir que era sincero. Abrí la puerta y pude ver ya sin trampas, toda su pasión.
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